"Se ha llegado, efectivamente, a la idea de que el escritor tiene una cierta obligación de sufrirlo todo, y si encima se queja, parece un cínico o un pedigüeño. Que siempre ha tenido entre nosotros un cierto e insoportable carácter de beneficencia el entendimiento al que llega el individuo con la entidad o empresa. Entretanto, las cuatro ideas que circulan por ahí, y de las que vive y se nutre toda una época, son cuatro ideas inventadas por el escritor y mantenidas por él con su pluma. Y quienes tienen algo en España saben que lo tienen y cuáles son sus derechos a tenerlo por quienes escribiendo se preocupan todos los días de decírselo y defender sus causas. Y los que no tienen nada, si saben alguna vez que no lo tienen y llegan a creer que se puede tener quitándoselo a los demás, es también porque hay plumas encargadas de decírselo todos los días, cumpliendo quién sabe si una íntima y anárquica decisión de que ruede aquel edificio de una sociedad donde monstruosamente no han encontrado puesto.
El mundo se mueve por ciclos de pensamiento escrito. Pero los escritores siguen viviendo de milagro, condenados a trabajos forzados y limitando a norte, a sur, a este y a oeste con los polos cuadrados de la indiferencia cerril."

(CESAR GONZALEZ RUANO)

jueves, 13 de septiembre de 2012

LAGO NESS




A mediados del 95, pocos meses después de publicarse LA CANCION DEL AMOR, un amigo de Leopoldo Alas, profesor de la Universidad de Aberdeen que estaba preparando una tesis sobre la Movida, me entrevistó en casa con esa exhaustividad tan propia de las gentes del Reino Unido y, aparte del disco con Borsani que acababa de sacar, le pasé un ejemplar del libro y le comenté con un poco de zumba (por algo que me dijo de que vivía no muy lejos del lago Ness) que en el libro se tocaba con cierta atención el asunto Nessie. Tiempo después me escribió diciendo que le había impresionado tanto mi enfoque de la criatura que iba a cambiar el objeto de su tesis para centrarlo en mi libro. Las escenas escocesas le parecieron muy vívidas (algunos delirios que yo vertía a propos del lago y su secreto él los había tenido también de teenager paseando por allí) y me preguntó si en alguna ocasión había estado por aquellos andurriales. Bastante alucinado, le dije que no, que todo lo relacionado con Nessie que aparecía en mi libro era el resultado de la lectura de un erudito tocho del criptozoólogo Roy P. Mackal (por supuesto, lo conocía y lo había leído varias veces, con lo que su interés por mi novela aumentó aún más si cabe) y de mi innata afición a los bichos, cuanto más imposibles, mejor. Me encargó que le mandase 60 ejemplares para repartir a sus alumnos y, tras hacer el envío (la mayor venta de algo mío que he hecho nunca), no tuve más noticias. Pasado un año recibí una carta de la universidad comunicándome el fallecimiento de este hombre por un derrame cerebral. No sé si llegó a acabar la tesis pero siempre me ha parecido que la realidad, en su afán de superar a la ficción, me había regalado un hermoso e inquietante colofón a mi libro.



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